Justo Gil
Si nos damos cuenta la noticia política ocupa un porcentaje importante de la información que nos suministran los medios. Es el epicentro de nuestra cotidianeidad. Pero, aparte de la política, que nos roza y zahiere permanentemente, la vida prosigue, una veces cadenciosa, convulsa, en otras. Con sus vaivenes, a modo de carrusel de feria estival de cualquier lar de nuestra geografía. La vida, aparte de poesía, es espera, que va entrelazada de la mano de la esperanza. Esperamos para esperanzarnos. Domeñanos la quietud para conseguir sonreír después. Esa es la querencia. Ese es el leit motiv de nuestras vidas.
Esperamos que cuaje la conformación de un gobierno, como si nos fuera la misma vida en el envite. Y no sucumbirá nadie. Pero, eso sí, habrá generado análisis sesudos de Derecho Constitucional. Pero no pasará de ahí. Es esperar que tus hijos crezcan felices; es esperar para ver de conseguir un trabajo digno, en estos momentos de abuso indecoroso y vomitivo. Y en esa constante espera, ya hemos demudado de barbilampiños a barbudos directamente. El tiempo nos ha hecho mella, nos persigue como sombra adherida, nos ha hecho menoscabo; somos terrenales.
La vida es esperar para ver de trocar la situación y salir de la que nos asfixia; es esperar que te jubilen, cuando el sentido veraz que tiene refiera el de júbilo y no otro; en el joven profesional es esperar que lleguen las oposiciones para encontrar una luz de esperanza mágica y hacer lo que siempre ha soñado. Es esperar, para tener tiempo y posar sobre unas cuartillas los pensamientos que nunca has podido repensar, pero que los habías barruntado atropelladamente por mor de la celeridad de los aconteceres. Si nos damos cuenta, la vida es permanente espera atropellada. Porque espera y celeridad no son contradictorias palabras. Es sencillamente el mejunje de lo que nos acontece hoy.
Haciendo mío un fragmento del poema Cada dia, de Marwan Abu-Tahoun (joven poeta, de padre palestino y madre española), diríamos que “en eso consiste mi vida, en la espera constante y paciente – al modo en que los pintores viven trazo a trazo- de que cada dia algo emocionante pueda suceder”.
Por el contrario Séneca, pesimista donde los hubiere, sobre la concepción de la espera en la vida, nos dejaba aquélla máxima sobre la que: “la mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del tiempo de hoy”.
Y por ello, cual jurista atípico, me acojo a mi derecho inalienable a declarar sobre el momento presente, a defender el quehacer cotidiano, el día a día, a marcarse objetivos a corto plazo. El vivir saboreando el hoy, sin pasarse, claro. Que la brisa del mar Mediterráneo venga en arrullar cada uno de nuestros sueños.
JUSTO GIL SANCHEZ
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