Justo Gil
Esa es la sensación que me producen las manifestaciones vertidas por dos magistrados, “pesos pesados” de la Judicatura en España. El uno desde la atalaya de la Audiencia Nacional - nada más y nada menos-, el magistrado Gómez Bermúdez, transparente y claro, siempre; y el otro, el magistrado Miguel Angel Torres, siempre prudente, otrora instructor del “caso Malaya”, vasta trama de corrupción política y empresarial sita en Marbella. Las palabras pronunciadas por los referidos no pueden dejar indiferente a nadie; mucho menos a los poderes públicos, incluido Fiscal General del Estado (FGE), Sr. Torres Dulce, que debe darse por aludido. Gómez Bermúdez denuncia con una tranquilidad pasmosa, entre otras cuestiones, que “hay corrupción institucional (sea judicial, ejecutivo o legislativo), se puentea la norma para nombrar al amigo”, añade que “no basta con hacer leyes, sino que hay que cumplirlas”; concluye: “las normas se obvian, no se cumplen, se puentean..”. Ha dicho más cosas, pero con estas bastan para insuflarnos el estado de la cuestión. Indican un determinado grado de putrefacción inasumible.
El también magistrado Miguel Ángel Torres, denuncia que: “hay jueces y fiscales que siguen la consigna de los de arriba para prosperar”. Añade que “si haces determinadas cosas que favorecen a determinado grupo político, o si haces determinadas cosas que no perjudican a nadie, pues puedes llegar a una plaza superior, o llegar a ser miembro de un órgano del Estado o prosperar en la carrera y si haces todo lo contrario, si te metes en lo que no tienes que meterte, tendrás problemas..”(sic). Concluye con una afirmación rotunda a la par que lapidaria: “En España creo que la sociedad en general tiene una falta de ética hacia la corrupción y existe una falta de transparencia en las administraciones públicas”. ¿Cómo se nos puede poner el cuerpo? Ahíto de frío.
La Presidenta del Tribunal Constitucional (2004-2011), Maria Emilia Casas señala con rotundidad que “hay cosas que no han funcionado bien. La gente aúna comportamientos condenables, como la corrupción, con la falta de renovación y de entusiasmo de un proyecto democrático”. Hay que reformar la Constitución.
Si este fuera un país serio – me da la impresión que estamos en las antípodas de serlo- los responsables de la cosa pública se podrían, de forma inmediata, a indagar en el contenido de estas denuncias y, así, esclarecer la veracidad de lo expuesto. Tendría que ponerse todo patas arriba para proveer al esclarecimiento y dar a la opinión pública el resultado obtenido. Pero, no; como quien oye llover. Tic, tac, tic, tac - todo sigue igual de impertérrito. Así, pues, serán tildadas de declaraciones exageradas, propias de “jueces estrella”, made in Garzón, que quieren salir en los papeles; en definitiva, estar en candelero. Y así habrán despachado tan denunciadas mafiosas prácticas que, por si mismas, habrían de abrir los cimientos del Estado social y democrático de derecho. No, no, esto no puede quedar así. Deben investigar.
El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) – ante tas graves acusaciones- tendría que salir de su letargo y ponerse manos a la masa e indagar estos hechos que, de ser verdad – y mucho me temo, por lo que estamos viviendo día a día- que se acercan a ella, desmoronan la credibilidad en nuestro sistema democrático, que no lo creíamos tan roído.
¿Qué hace el Gobierno, entre tanto? Pues hacer oídos sordos. Aquí no pasa nada, dixit el Ministerio de Justicia con el Sr. Gallardón a su cabeza. ¿Han oido ustedes refutar las denuncias formuladas por estos jueces? Es evidente que la sociedad no puede resistir estos embates sin que el poder publico – que debe ser honesto, raudo y responsable- se inmute. Si no se hace nada estaremos dando pábulo a la existencia de un cienagal. La peor acción será cerrar los ojos y decir que no se ve nada. Uno, que tiene una cierta experiencia, al menos por la pesada loza de los años, no puede concebir que todo se enrede en la nube de la inacción. Sería un desengaño más a añadir al petate. ¿Qué te enseña la experiencia? Creo que una cosa: que sólo es la suma de nuestros (y muchos) desengaños. Al menos a este humilde escribidor este tema le ha rozado en su maltrecha sensibilidad, no he podido resistirme a no decir nada. ¿Y la critica social?
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